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uatro mitos sobre la caca de perro
La escena ya se nos hace común. Cierto individuo lleva a pasear a su perro al parque. En determinado momento el cuadrúpedo defeca. El dueño vigila de reojo que no haya testigos. Tan pronto su fiel amigo termina su labor, ambos escapan de la olorosa escena dejando atrás la evidencia. Un rato después, aprovechando un ratito que tienes antes del próximo compromiso, vas al parque a descansar la vista y el pensamiento. Te quitas los zapatos para disfrutar la sensación de caminar descalzo sobre la grama. Entonces aplastas y te embarras el pie completito con la caca del perro del vecino. Tremendo, piensas, qué chévere. Qué asco, fó. Maldito perro, declaras. Maldito amo que no recoge las cacas de su perro, es lo que sabes que deberías decir.
En los últimos años, la actitud ciudadana ha ido evolucionando y ahora se ven más personas que antes recogiendo los excrementos de sus perros. Pero aún no hemos llegado, como sociedad, al punto que la conducta correcta sea la habitual. Pensaba yo en esto cuando la semana pasada una amiga me comentó que yo sin problema podía tener un perro grande en mi traspatio, porque el perro podía defecar sin yo tener que preocuparme por recoger sus heces. En serio que quedé fría. Mi amiga es una mujer inteligente. ¿Cómo es posible que piense que la caca de perro puede dejarse ahí, al aire libre, sin atenderse?
Y es que entre nosotros abunda una desconcertante racha de desinformación acerca de los riesgos que representan las cacas de perro a la salud pública y su impacto en nuestro medioambiente. Frente a tal situación, me doy a la tarea de desmitificar cuatro creencias que parecen haberse apropiado de la imaginación colectiva. Intento contribuir a un diálogo informado al ilustrar que el fecalismo al aire libre se ha convertido en un grave problema ambiental con fuertes repercusiones en la sanidad citadina.
Mito #1: La caca de perro es abono natural
Popularmente se dice que la caca de perro contribuye de buena forma al medioambiente porque es materia orgánica y biodegradable. Esta declaración está colmada de errores y posiblemente proviene de saber que cierto estiércol, el de vacas por dar un ejemplo, se utiliza en ocasiones como abono de terrenos. Pero, el excremento de una vaca y la caca de un perro no están hechos de lo mismo. La clave está principalmente en la dieta del animal. Por lo general, las heces que son apropiadas para uso como abono contienen materia verde que ha sido digerida. De manera que las heces de una vaca (un herbívoro) pueden hacer un buen abono natural, pero las cacas de perro (un carnívoro), no. Existen, por cierto, maneras en que los excrementos de los perros pueden utilizarse como abono, pero esto requiere de tratamiento previo. Se puede, por ejemplo, usar un biodegradador o un aparato de composta para mezclar el excremento con un preparado a base de materia orgánica y bacterias con gran resistencia a altas temperaturas, para así producir un abono saludable para el jardín.
Mito #2: ¡Pero si mi perrito solo hace tres pelotitas de caca al día!
Pero es que no es solo el perro de uno. Hay que pensar a nivel macro de ciudad o mejor aún, de cuenca. Para ilustrar la magnitud del problema, consideremos que un gramo de caca de perro tiene acerca de 23 millones de bacterias coliformes fecales que pueden causar diarrea, desordenes intestinales y otros problemas de salud de corta o larga duración. Si se estima que un perro de tamaño mediano (un perro de aproximadamente 25 libras) evacua un promedio de 600 gramos de excremento al día, y que esto representa un total de 40 libras de excremento al mes, estamos hablando que ese mismo perro mediano que tanto adoramos y que batea su cola como un látigo cuando llegamos a casa, contribuye 920 millones de bacterias coliformes fecales al mes. No conozco las estadísticas actuales respecto a cuántos perros callejeros hay en Puerto Rico, pero supongamos para nuestros cálculos que son 100,000 perros. No hay ni que hacer la multiplicación para alarmarse de la cantidad de materia fecal presente en nuestro medioambiente. Es más, me atrevo a especular que un truck de ocho cilindros que hace 15,000 millas al año posiblemente contamina menos que un perro tamaño mediano. No olvidemos, además, que este cómputo crudo que he hecho aquí para propósitos ilustrativos no contempla a los perros con dueño; demás bacterias, parásitos, hongos y amebas presentes en la caca, así como su virulencia, que puede ser muy alta en relación a la cantidad de materia fecal; y por supuesto, que no solo los perros contaminan materia fecal, sino también los gatos, las aves, los roedores y, entre otros y sobre todo, nosotros los humanos.
Mito #3: Las cacas desaparecen. Se secan o se integran al suelo
¿Se acuerdan del concepto que la energía no se destruye, sino que se transforma? Pues más o menos lo mismo ocurre con los contaminantes en el medioambiente. Los contaminantes no desaparecen sino que se mueven entre sistemas, es decir, entre los planos de suelo, agua y aire. En muchas ocasiones, la tarea compleja y multidisciplinaria de reducir los impactos al medioambiente consiste en evaluar los riesgos y determinar en qué plano se va a atender un asunto. En el caso en cuestión, las cacas de perro al aire libre se secan y se convierten en polvo que respiramos o ingerimos al consumir alimentos preparados en la calle. En el trópico lo más común es ver que las heces comienzan a degradarse en el suelo hasta que cae el próximo aguacero. Esto representa un problema ambiental, porque esa agua de escorrentía, si no logra llegar al desagüe pluvial para luego ser limpiada en una planta de tratamiento, termina contaminando ríos y demás cuerpos de agua. Al tener niveles altos de microorganismos, la posibilidad de usar esa agua para consumo humano sin tratamiento previo disminuye, tanto como su potencial para ser disfrutada en zonas recreativas por los bañistas. Además, las lluvias fuertes a veces hacen que los desagües pluviales se sobrecarguen. Tal situación provoca que en algunas ciudades se combinen las aguas negras con las aguas de escorrentía y que ocurran descargas accidentales que contienen niveles extraordinarios de materia fecal. Si alguien ha ido a la playa y se ha encontrado un letrero de alerta a bañistas, o en peor caso, de cierre de la playa, ya sabe de qué estoy hablando. En resumen, mientras más caca haya disponible en el suelo para ser transportada por el agua, menos es la calidad del agua natural de una ciudad.
Mito #4: Total, si lo único que me da es diarrea
Es cierto que la mayoría de las enfermedades que causa el contacto con la materia fecal no son demasiado graves. La diarrea dura poco y desaparece de la memoria en unos días. Vale la pena mencionar, sin embargo, dos puntos importantes. Primero, que sí existen enfermedades más serias provocadas por el contacto con heces, por ejemplo, la giardiasis y la cryptosporidiosis. En algunas personas, sobre todo los niños, las mujeres embarazadas y las personas con sistemas inmunológicos comprometidos, algunas de estas enfermedades pueden causar condiciones serias de salud, y hasta la muerte. Segundo, es asombroso analizar los costos al sistema de salud pública que resultan de algo tan sencillo como la diarrea. La diarrea debilita y causa que la gente se reporte enfermo al trabajo. A nivel poblacional, la diarrea tiene en ocasiones un impacto económico más alto que otras enfermedades más serias y de larga duración.
Como hemos visto, el problema de la caca de perro abandona rápido su pintoresca dimension estética para convertirse en un problema de medioambiente y salud pública. Hasta el momento, ha habido esfuerzos de concientización e iniciativas tales como colocar dispensadores de bolsitas o crear parques para perros. Aun así, quedan personas que no recogen las cacas y estos descuidos van en prejuicio de todos. Créanme, yo creo en la libertad. Creo en la libertad de escoger tener un perro grande y cagón, en la libertad que provee que los perros salgan a la calle a correr libres y que hagan sus necesidades donde mejor les parezca. Pero, de igual forma, creo en el derecho que tenemos todos a disfrutar de un espacio público libre de plastas de perros. Creo en la responsabilidad común hacia un medioambiente saludable, tanto para nosotros los humanos como para nuestras mascotas.
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uatro mitos sobre la caca de perro
La escena ya se nos hace común. Cierto individuo lleva a pasear a su perro al parque. En determinado momento el cuadrúpedo defeca. El dueño vigila de reojo que no haya testigos. Tan pronto su fiel amigo termina su labor, ambos escapan de la olorosa escena dejando atrás la evidencia. Un rato después, aprovechando un ratito que tienes antes del próximo compromiso, vas al parque a descansar la vista y el pensamiento. Te quitas los zapatos para disfrutar la sensación de caminar descalzo sobre la grama. Entonces aplastas y te embarras el pie completito con la caca del perro del vecino. Tremendo, piensas, qué chévere. Qué asco, fó. Maldito perro, declaras. Maldito amo que no recoge las cacas de su perro, es lo que sabes que deberías decir.
En los últimos años, la actitud ciudadana ha ido evolucionando y ahora se ven más personas que antes recogiendo los excrementos de sus perros. Pero aún no hemos llegado, como sociedad, al punto que la conducta correcta sea la habitual. Pensaba yo en esto cuando la semana pasada una amiga me comentó que yo sin problema podía tener un perro grande en mi traspatio, porque el perro podía defecar sin yo tener que preocuparme por recoger sus heces. En serio que quedé fría. Mi amiga es una mujer inteligente. ¿Cómo es posible que piense que la caca de perro puede dejarse ahí, al aire libre, sin atenderse?
Y es que entre nosotros abunda una desconcertante racha de desinformación acerca de los riesgos que representan las cacas de perro a la salud pública y su impacto en nuestro medioambiente. Frente a tal situación, me doy a la tarea de desmitificar cuatro creencias que parecen haberse apropiado de la imaginación colectiva. Intento contribuir a un diálogo informado al ilustrar que el fecalismo al aire libre se ha convertido en un grave problema ambiental con fuertes repercusiones en la sanidad citadina.
Mito #1: La caca de perro es abono natural
Popularmente se dice que la caca de perro contribuye de buena forma al medioambiente porque es materia orgánica y biodegradable. Esta declaración está colmada de errores y posiblemente proviene de saber que cierto estiércol, el de vacas por dar un ejemplo, se utiliza en ocasiones como abono de terrenos. Pero, el excremento de una vaca y la caca de un perro no están hechos de lo mismo. La clave está principalmente en la dieta del animal. Por lo general, las heces que son apropiadas para uso como abono contienen materia verde que ha sido digerida. De manera que las heces de una vaca (un herbívoro) pueden hacer un buen abono natural, pero las cacas de perro (un carnívoro), no. Existen, por cierto, maneras en que los excrementos de los perros pueden utilizarse como abono, pero esto requiere de tratamiento previo. Se puede, por ejemplo, usar un biodegradador o un aparato de composta para mezclar el excremento con un preparado a base de materia orgánica y bacterias con gran resistencia a altas temperaturas, para así producir un abono saludable para el jardín.
Mito #2: ¡Pero si mi perrito solo hace tres pelotitas de caca al día!
Pero es que no es solo el perro de uno. Hay que pensar a nivel macro de ciudad o mejor aún, de cuenca. Para ilustrar la magnitud del problema, consideremos que un gramo de caca de perro tiene acerca de 23 millones de bacterias coliformes fecales que pueden causar diarrea, desordenes intestinales y otros problemas de salud de corta o larga duración. Si se estima que un perro de tamaño mediano (un perro de aproximadamente 25 libras) evacua un promedio de 600 gramos de excremento al día, y que esto representa un total de 40 libras de excremento al mes, estamos hablando que ese mismo perro mediano que tanto adoramos y que batea su cola como un látigo cuando llegamos a casa, contribuye 920 millones de bacterias coliformes fecales al mes. No conozco las estadísticas actuales respecto a cuántos perros callejeros hay en Puerto Rico, pero supongamos para nuestros cálculos que son 100,000 perros. No hay ni que hacer la multiplicación para alarmarse de la cantidad de materia fecal presente en nuestro medioambiente. Es más, me atrevo a especular que un truck de ocho cilindros que hace 15,000 millas al año posiblemente contamina menos que un perro tamaño mediano. No olvidemos, además, que este cómputo crudo que he hecho aquí para propósitos ilustrativos no contempla a los perros con dueño; demás bacterias, parásitos, hongos y amebas presentes en la caca, así como su virulencia, que puede ser muy alta en relación a la cantidad de materia fecal; y por supuesto, que no solo los perros contaminan materia fecal, sino también los gatos, las aves, los roedores y, entre otros y sobre todo, nosotros los humanos.
Mito #3: Las cacas desaparecen. Se secan o se integran al suelo
¿Se acuerdan del concepto que la energía no se destruye, sino que se transforma? Pues más o menos lo mismo ocurre con los contaminantes en el medioambiente. Los contaminantes no desaparecen sino que se mueven entre sistemas, es decir, entre los planos de suelo, agua y aire. En muchas ocasiones, la tarea compleja y multidisciplinaria de reducir los impactos al medioambiente consiste en evaluar los riesgos y determinar en qué plano se va a atender un asunto. En el caso en cuestión, las cacas de perro al aire libre se secan y se convierten en polvo que respiramos o ingerimos al consumir alimentos preparados en la calle. En el trópico lo más común es ver que las heces comienzan a degradarse en el suelo hasta que cae el próximo aguacero. Esto representa un problema ambiental, porque esa agua de escorrentía, si no logra llegar al desagüe pluvial para luego ser limpiada en una planta de tratamiento, termina contaminando ríos y demás cuerpos de agua. Al tener niveles altos de microorganismos, la posibilidad de usar esa agua para consumo humano sin tratamiento previo disminuye, tanto como su potencial para ser disfrutada en zonas recreativas por los bañistas. Además, las lluvias fuertes a veces hacen que los desagües pluviales se sobrecarguen. Tal situación provoca que en algunas ciudades se combinen las aguas negras con las aguas de escorrentía y que ocurran descargas accidentales que contienen niveles extraordinarios de materia fecal. Si alguien ha ido a la playa y se ha encontrado un letrero de alerta a bañistas, o en peor caso, de cierre de la playa, ya sabe de qué estoy hablando. En resumen, mientras más caca haya disponible en el suelo para ser transportada por el agua, menos es la calidad del agua natural de una ciudad.
Mito #4: Total, si lo único que me da es diarrea
Es cierto que la mayoría de las enfermedades que causa el contacto con la materia fecal no son demasiado graves. La diarrea dura poco y desaparece de la memoria en unos días. Vale la pena mencionar, sin embargo, dos puntos importantes. Primero, que sí existen enfermedades más serias provocadas por el contacto con heces, por ejemplo, la giardiasis y la cryptosporidiosis. En algunas personas, sobre todo los niños, las mujeres embarazadas y las personas con sistemas inmunológicos comprometidos, algunas de estas enfermedades pueden causar condiciones serias de salud, y hasta la muerte. Segundo, es asombroso analizar los costos al sistema de salud pública que resultan de algo tan sencillo como la diarrea. La diarrea debilita y causa que la gente se reporte enfermo al trabajo. A nivel poblacional, la diarrea tiene en ocasiones un impacto económico más alto que otras enfermedades más serias y de larga duración.
Como hemos visto, el problema de la caca de perro abandona rápido su pintoresca dimension estética para convertirse en un problema de medioambiente y salud pública. Hasta el momento, ha habido esfuerzos de concientización e iniciativas tales como colocar dispensadores de bolsitas o crear parques para perros. Aun así, quedan personas que no recogen las cacas y estos descuidos van en prejuicio de todos. Créanme, yo creo en la libertad. Creo en la libertad de escoger tener un perro grande y cagón, en la libertad que provee que los perros salgan a la calle a correr libres y que hagan sus necesidades donde mejor les parezca. Pero, de igual forma, creo en el derecho que tenemos todos a disfrutar de un espacio público libre de plastas de perros. Creo en la responsabilidad común hacia un medioambiente saludable, tanto para nosotros los humanos como para nuestras mascotas.
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Cuatro mitos sobre la caca de perro
La escena ya se nos hace común. Cierto individuo lleva a pasear a su perro al parque. En determinado momento el cuadrúpedo defeca. El dueño vigila de reojo que no haya testigos. Tan pronto su fiel amigo termina su labor, ambos escapan de la olorosa escena dejando atrás la evidencia. Un rato después, aprovechando un ratito que tienes antes del próximo compromiso, vas al parque a descansar la vista y el pensamiento. Te quitas los zapatos para disfrutar la sensación de caminar descalzo sobre la grama. Entonces aplastas y te embarras el pie completito con la caca del perro del vecino. Tremendo, piensas, qué chévere. Qué asco, fó. Maldito perro, declaras. Maldito amo que no recoge las cacas de su perro, es lo que sabes que deberías decir.
En los últimos años, la actitud ciudadana ha ido evolucionando y ahora se ven más personas que antes recogiendo los excrementos de sus perros. Pero aún no hemos llegado, como sociedad, al punto que la conducta correcta sea la habitual. Pensaba yo en esto cuando la semana pasada una amiga me comentó que yo sin problema podía tener un perro grande en mi traspatio, porque el perro podía defecar sin yo tener que preocuparme por recoger sus heces. En serio que quedé fría. Mi amiga es una mujer inteligente. ¿Cómo es posible que piense que la caca de perro puede dejarse ahí, al aire libre, sin atenderse?
Y es que entre nosotros abunda una desconcertante racha de desinformación acerca de los riesgos que representan las cacas de perro a la salud pública y su impacto en nuestro medioambiente. Frente a tal situación, me doy a la tarea de desmitificar cuatro creencias que parecen haberse apropiado de la imaginación colectiva. Intento contribuir a un diálogo informado al ilustrar que el fecalismo al aire libre se ha convertido en un grave problema ambiental con fuertes repercusiones en la sanidad citadina.
Mito #1: La caca de perro es abono natural
Popularmente se dice que la caca de perro contribuye de buena forma al medioambiente porque es materia orgánica y biodegradable. Esta declaración está colmada de errores y posiblemente proviene de saber que cierto estiércol, el de vacas por dar un ejemplo, se utiliza en ocasiones como abono de terrenos. Pero, el excremento de una vaca y la caca de un perro no están hechos de lo mismo. La clave está principalmente en la dieta del animal. Por lo general, las heces que son apropiadas para uso como abono contienen materia verde que ha sido digerida. De manera que las heces de una vaca (un herbívoro) pueden hacer un buen abono natural, pero las cacas de perro (un carnívoro), no. Existen, por cierto, maneras en que los excrementos de los perros pueden utilizarse como abono, pero esto requiere de tratamiento previo. Se puede, por ejemplo, usar un biodegradador o un aparato de composta para mezclar el excremento con un preparado a base de materia orgánica y bacterias con gran resistencia a altas temperaturas, para así producir un abono saludable para el jardín.
Mito #2: ¡Pero si mi perrito solo hace tres pelotitas de caca al día!
Pero es que no es solo el perro de uno. Hay que pensar a nivel macro de ciudad o mejor aún, de cuenca. Para ilustrar la magnitud del problema, consideremos que un gramo de caca de perro tiene acerca de 23 millones de bacterias coliformes fecales que pueden causar diarrea, desordenes intestinales y otros problemas de salud de corta o larga duración. Si se estima que un perro de tamaño mediano (un perro de aproximadamente 25 libras) evacua un promedio de 600 gramos de excremento al día, y que esto representa un total de 40 libras de excremento al mes, estamos hablando que ese mismo perro mediano que tanto adoramos y que batea su cola como un látigo cuando llegamos a casa, contribuye 920 millones de bacterias coliformes fecales al mes. No conozco las estadísticas actuales respecto a cuántos perros callejeros hay en Puerto Rico, pero supongamos para nuestros cálculos que son 100,000 perros. No hay ni que hacer la multiplicación para alarmarse de la cantidad de materia fecal presente en nuestro medioambiente. Es más, me atrevo a especular que un truck de ocho cilindros que hace 15,000 millas al año posiblemente contamina menos que un perro tamaño mediano. No olvidemos, además, que este cómputo crudo que he hecho aquí para propósitos ilustrativos no contempla a los perros con dueño; demás bacterias, parásitos, hongos y amebas presentes en la caca, así como su virulencia, que puede ser muy alta en relación a la cantidad de materia fecal; y por supuesto, que no solo los perros contaminan materia fecal, sino también los gatos, las aves, los roedores y, entre otros y sobre todo, nosotros los humanos.
Mito #3: Las cacas desaparecen. Se secan o se integran al suelo
¿Se acuerdan del concepto que la energía no se destruye, sino que se transforma? Pues más o menos lo mismo ocurre con los contaminantes en el medioambiente. Los contaminantes no desaparecen sino que se mueven entre sistemas, es decir, entre los planos de suelo, agua y aire. En muchas ocasiones, la tarea compleja y multidisciplinaria de reducir los impactos al medioambiente consiste en evaluar los riesgos y determinar en qué plano se va a atender un asunto. En el caso en cuestión, las cacas de perro al aire libre se secan y se convierten en polvo que respiramos o ingerimos al consumir alimentos preparados en la calle. En el trópico lo más común es ver que las heces comienzan a degradarse en el suelo hasta que cae el próximo aguacero. Esto representa un problema ambiental, porque esa agua de escorrentía, si no logra llegar al desagüe pluvial para luego ser limpiada en una planta de tratamiento, termina contaminando ríos y demás cuerpos de agua. Al tener niveles altos de microorganismos, la posibilidad de usar esa agua para consumo humano sin tratamiento previo disminuye, tanto como su potencial para ser disfrutada en zonas recreativas por los bañistas. Además, las lluvias fuertes a veces hacen que los desagües pluviales se sobrecarguen. Tal situación provoca que en algunas ciudades se combinen las aguas negras con las aguas de escorrentía y que ocurran descargas accidentales que contienen niveles extraordinarios de materia fecal. Si alguien ha ido a la playa y se ha encontrado un letrero de alerta a bañistas, o en peor caso, de cierre de la playa, ya sabe de qué estoy hablando. En resumen, mientras más caca haya disponible en el suelo para ser transportada por el agua, menos es la calidad del agua natural de una ciudad.
Mito #4: Total, si lo único que me da es diarrea
Es cierto que la mayoría de las enfermedades que causa el contacto con la materia fecal no son demasiado graves. La diarrea dura poco y desaparece de la memoria en unos días. Vale la pena mencionar, sin embargo, dos puntos importantes. Primero, que sí existen enfermedades más serias provocadas por el contacto con heces, por ejemplo, la giardiasis y la cryptosporidiosis. En algunas personas, sobre todo los niños, las mujeres embarazadas y las personas con sistemas inmunológicos comprometidos, algunas de estas enfermedades pueden causar condiciones serias de salud, y hasta la muerte. Segundo, es asombroso analizar los costos al sistema de salud pública que resultan de algo tan sencillo como la diarrea. La diarrea debilita y causa que la gente se reporte enfermo al trabajo. A nivel poblacional, la diarrea tiene en ocasiones un impacto económico más alto que otras enfermedades más serias y de larga duración.
Como hemos visto, el problema de la caca de perro abandona rápido su pintoresca dimension estética para convertirse en un problema de medioambiente y salud pública. Hasta el momento, ha habido esfuerzos de concientización e iniciativas tales como colocar dispensadores de bolsitas o crear parques para perros. Aun así, quedan personas que no recogen las cacas y estos descuidos van en prejuicio de todos. Créanme, yo creo en la libertad. Creo en la libertad de escoger tener un perro grande y cagón, en la libertad que provee que los perros salgan a la calle a correr libres y que hagan sus necesidades donde mejor les parezca. Pero, de igual forma, creo en el derecho que tenemos todos a disfrutar de un espacio público libre de plastas de perros. Creo en la responsabilidad común hacia un medioambiente saludable, tanto para nosotros los humanos como para nuestras mascotas.
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Publicado en 80 grados
por Grace Robiou | 9 de Mayo de 2014 | 1:16 am
La escena ya se nos hace común. Cierto individuo lleva a pasear a su perro al parque. En determinado momento el cuadrúpedo defeca. El dueño vigila de reojo que no haya testigos. Tan pronto su fiel amigo termina su labor, ambos escapan de la olorosa escena dejando atrás la evidencia. Un rato después, aprovechando un ratito que tienes antes del próximo compromiso, vas al parque a descansar la vista y el pensamiento. Te quitas los zapatos para disfrutar la sensación de caminar descalzo sobre la grama. Entonces aplastas y te embarras el pie completito con la caca del perro del vecino. Tremendo, piensas, qué chévere. Qué asco, fó. Maldito perro, declaras. Maldito amo que no recoge las cacas de su perro, es lo que sabes que deberías decir.
En los últimos años, la actitud ciudadana ha ido evolucionando y ahora se ven más personas que antes recogiendo los excrementos de sus perros. Pero aún no hemos llegado, como sociedad, al punto que la conducta correcta sea la habitual. Pensaba yo en esto cuando la semana pasada una amiga me comentó que yo sin problema podía tener un perro grande en mi traspatio, porque el perro podía defecar sin yo tener que preocuparme por recoger sus heces. En serio que quedé fría. Mi amiga es una mujer inteligente. ¿Cómo es posible que piense que la caca de perro puede dejarse ahí, al aire libre, sin atenderse?
Y es que entre nosotros abunda una desconcertante racha de desinformación acerca de los riesgos que representan las cacas de perro a la salud pública y su impacto en nuestro medioambiente. Frente a tal situación, me doy a la tarea de desmitificar cuatro creencias que parecen haberse apropiado de la imaginación colectiva. Intento contribuir a un diálogo informado al ilustrar que el fecalismo al aire libre se ha convertido en un grave problema ambiental con fuertes repercusiones en la sanidad citadina.
Mito #1: La caca de perro es abono natural
Popularmente se dice que la caca de perro contribuye de buena forma al medioambiente porque es materia orgánica y biodegradable. Esta declaración está colmada de errores y posiblemente proviene de saber que cierto estiércol, el de vacas por dar un ejemplo, se utiliza en ocasiones como abono de terrenos. Pero, el excremento de una vaca y la caca de un perro no están hechos de lo mismo. La clave está principalmente en la dieta del animal. Por lo general, las heces que son apropiadas para uso como abono contienen materia verde que ha sido digerida. De manera que las heces de una vaca (un herbívoro) pueden hacer un buen abono natural, pero las cacas de perro (un carnívoro), no. Existen, por cierto, maneras en que los excrementos de los perros pueden utilizarse como abono, pero esto requiere de tratamiento previo. Se puede, por ejemplo, usar un biodegradador o un aparato de composta para mezclar el excremento con un preparado a base de materia orgánica y bacterias con gran resistencia a altas temperaturas, para así producir un abono saludable para el jardín.
Mito #2: ¡Pero si mi perrito solo hace tres pelotitas de caca al día!
Pero es que no es solo el perro de uno. Hay que pensar a nivel macro de ciudad o mejor aún, de cuenca. Para ilustrar la magnitud del problema, consideremos que un gramo de caca de perro tiene acerca de 23 millones de bacterias coliformes fecales que pueden causar diarrea, desordenes intestinales y otros problemas de salud de corta o larga duración. Si se estima que un perro de tamaño mediano (un perro de aproximadamente 25 libras) evacua un promedio de 600 gramos de excremento al día, y que esto representa un total de 40 libras de excremento al mes, estamos hablando que ese mismo perro mediano que tanto adoramos y que batea su cola como un látigo cuando llegamos a casa, contribuye 920 millones de bacterias coliformes fecales al mes. No conozco las estadísticas actuales respecto a cuántos perros callejeros hay en Puerto Rico, pero supongamos para nuestros cálculos que son 100,000 perros. No hay ni que hacer la multiplicación para alarmarse de la cantidad de materia fecal presente en nuestro medioambiente. Es más, me atrevo a especular que un truck de ocho cilindros que hace 15,000 millas al año posiblemente contamina menos que un perro tamaño mediano. No olvidemos, además, que este cómputo crudo que he hecho aquí para propósitos ilustrativos no contempla a los perros con dueño; demás bacterias, parásitos, hongos y amebas presentes en la caca, así como su virulencia, que puede ser muy alta en relación a la cantidad de materia fecal; y por supuesto, que no solo los perros contaminan materia fecal, sino también los gatos, las aves, los roedores y, entre otros y sobre todo, nosotros los humanos.
Mito #3: Las cacas desaparecen. Se secan o se integran al suelo
¿Se acuerdan del concepto que la energía no se destruye, sino que se transforma? Pues más o menos lo mismo ocurre con los contaminantes en el medioambiente. Los contaminantes no desaparecen sino que se mueven entre sistemas, es decir, entre los planos de suelo, agua y aire. En muchas ocasiones, la tarea compleja y multidisciplinaria de reducir los impactos al medioambiente consiste en evaluar los riesgos y determinar en qué plano se va a atender un asunto. En el caso en cuestión, las cacas de perro al aire libre se secan y se convierten en polvo que respiramos o ingerimos al consumir alimentos preparados en la calle. En el trópico lo más común es ver que las heces comienzan a degradarse en el suelo hasta que cae el próximo aguacero. Esto representa un problema ambiental, porque esa agua de escorrentía, si no logra llegar al desagüe pluvial para luego ser limpiada en una planta de tratamiento, termina contaminando ríos y demás cuerpos de agua. Al tener niveles altos de microorganismos, la posibilidad de usar esa agua para consumo humano sin tratamiento previo disminuye, tanto como su potencial para ser disfrutada en zonas recreativas por los bañistas. Además, las lluvias fuertes a veces hacen que los desagües pluviales se sobrecarguen. Tal situación provoca que en algunas ciudades se combinen las aguas negras con las aguas de escorrentía y que ocurran descargas accidentales que contienen niveles extraordinarios de materia fecal. Si alguien ha ido a la playa y se ha encontrado un letrero de alerta a bañistas, o en peor caso, de cierre de la playa, ya sabe de qué estoy hablando. En resumen, mientras más caca haya disponible en el suelo para ser transportada por el agua, menos es la calidad del agua natural de una ciudad.
Mito #4: Total, si lo único que me da es diarrea
Es cierto que la mayoría de las enfermedades que causa el contacto con la materia fecal no son demasiado graves. La diarrea dura poco y desaparece de la memoria en unos días. Vale la pena mencionar, sin embargo, dos puntos importantes. Primero, que sí existen enfermedades más serias provocadas por el contacto con heces, por ejemplo, la giardiasis y la cryptosporidiosis. En algunas personas, sobre todo los niños, las mujeres embarazadas y las personas con sistemas inmunológicos comprometidos, algunas de estas enfermedades pueden causar condiciones serias de salud, y hasta la muerte. Segundo, es asombroso analizar los costos al sistema de salud pública que resultan de algo tan sencillo como la diarrea. La diarrea debilita y causa que la gente se reporte enfermo al trabajo. A nivel poblacional, la diarrea tiene en ocasiones un impacto económico más alto que otras enfermedades más serias y de larga duración.
Como hemos visto, el problema de la caca de perro abandona rápido su pintoresca dimensión estética para convertirse en un problema de medioambiente y salud pública. Hasta el momento, ha habido esfuerzos de concientización e iniciativas tales como colocar dispensadores de bolsitas o crear parques para perros. Aun así, quedan personas que no recogen las cacas y estos descuidos van en prejuicio de todos. Créanme, yo creo en la libertad. Creo en la libertad de escoger tener un perro grande y cagón, en la libertad que provee que los perros salgan a la calle a correr libres y que hagan sus necesidades donde mejor les parezca. Pero, de igual forma, creo en el derecho que tenemos todos a disfrutar de un espacio público libre de plastas de perros. Creo en la responsabilidad común hacia un medioambiente saludable, tanto para nosotros los humanos como para nuestras mascotas.
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